martes, 5 de enero de 2010

Impresiones en Fundación PROA


Un recorrido por el barrio de la Boca, el nuevo edificio de Fundación PROA y la muestra “Espacios Urbanos”. Cinco fotógrafos de la Escuela de Düsseldorf retratan la arquitectura en la que se desarrolla nuestra vida contemporánea y las personas que viven allí.


La Boca

El día está nublado. Es domingo. Siempre que llego a la Boca se me despierta una inevitable gula por el detalle. Así que ahí estoy, mirando locales de souvenirs con fruición. He dejado de ver el espacio para detenerme en esos pequeños conjuntos de color. Encuentro bustos de Evita, Perón y Bianchi erguidos en 6 cm de gloria, bailadores de tango en miniatura que llevan el desborde de las grandes esculturas Botero, remeras de Boca y de River conviviendo pacíficamente en el área neutra del merchandising.

Imagino que en el barrio de la Boca el cambalache de color debe ejercer algún poder extra sobre las sensaciones. Los rojos, amarillos y verdes le hacen frente a la gran opresión del cielo plomizo. La tristeza parece tener que pelear por un lugar que en otro lado ya tendría ganado. Son cerca de las cinco de la tarde y quiero llegar a la última visita guiada de Fundación PROA. Me apresuro. Aparece ante mí el nuevo edificio. Su fachada de grandes ventanales transparentes genera un contraste perfecto con el perro bigotudo que corre al colectivo y los copos de azúcar rosados y estoicos del carrito estacionado enfrente.

La nueva Fundación PROA y una mirada alemana sobre la urbe

Entro al hall. El museo exhibe la muestra “Espacios Urbanos”. Llego justo cuando comienza la visita. La guía pregunta a treinta personas perplejas si conocen la escuela de Düsseldorf. Me encantaría levantar la mano y decir algo maravilloso, pero unos pocos párrafos leídos en internet no justifican el alarde. Me limito a escuchar.

La Escuela de Düsseldorf nace en 1976, cuando el matrimonio Becher funda su cátedra en la universidad alemana. Ellos rescatan un registro documental y objetivo que intenta distanciarse del tema retratado. Desarrollan fotografías de espacios urbanos solitarios, más bien estáticas, frontales y en blanco y negro. Los artistas expuestos en PROA son la segunda generación de este linaje. Andreas Gursky, Candida Höffer, Axel Hütte, Thomas Ruff y Thomas Struth, avanzan por sus propios caminos y crean propuestas que a veces también incluyen el color y la fotografía digital.

En la primer sala se pueden ver fotos de lugares vacíos en blanco y negro. La guía intenta hacernos participar, pero algo nos inhibe. Las fotos son muy frías o nosotros demasiado vergonzosos. Por suerte cuando llegamos a la segunda sala algo en el grupo se despierta. Allí las fotografías son gigantescas y a color. Vemos panorámicas de torres altísimas en paisajes llanos, algún pedazo de Bagdad en el medio de un lujoso hotel cinco estrellas, una multitud que de lejos parece un fermento de laboratorio. Pronto alguien menciona el concepto del “inconsciente óptico” de Walter Benjamín y se abre un debate apasionado.

La idea plantea que la cámara detecta algo que yo como ser subjetivo no llego a ver. La guía cita a Benjamín: “Habitualmente no percibimos numerosos perfiles y ángulos de los objetos y de los seres. Nadan inadvertidos en la ancha corriente de lo percibido. Así es como resulta perceptible que la naturaleza que habla a la cámara no es la misma que la que habla al ojo. Es sobre todo distinta porque en lugar de un espacio que trama el hombre con su consciencia presenta otro tramado inconscientemente. Aquí es donde interviene la cámara con sus medios auxiliares, sus subidas y sus bajadas, sus cortes y su capacidad aislativa, sus dilataciones y arrezagamientos de un decurso, sus ampliaciones y disminuciones. Por su virtud experimentamos el inconsciente óptico, igual que por medio del psicoanálisis nos enteramos del inconsciente pulsional.”

Lo que entiendo es que la cámara puede ver el todo con exactitud y claridad, sin juicios, ni subrayados. Comienzo a comprender. Las imágenes expuestas parecen pedir que pongamos algo más de nuestra parte. Sus espacios desnudos y la aparente frialdad nos impulsan a profundizar nuestras impresiones. Nos intiman a abandonar esos estrechos pasillitos de percepciones cómodas y habituales para andar por caminos más amplios. Casi que nos obligan a enfrentar esos abismos panorámicos de enormes arquitecturas solitarias, donde a la vez se puede ver hasta el último detalle. Nos empujan hacia las preguntas. ¿Son seres humanos los que habitan estas extrañas estructuras? Aún cuando la imagen está llena de personas como en las raves de Gursky surge la duda, ¿son seres humanos los que bailan en esta fiesta? Supongo que los artistas confían en que nosotros como observadores estemos dispuestos a ejercitar nuevas y sensibles apreciaciones. A llenar esos espacios vacíos con visiones diferentes.

Sumergirse en los placeres de la librería

La visita guiada termina. Subo por las escaleras vidriadas que permiten observar el barrio desde una perspectiva desconocida. Me quedo masticando lo que se dijo en la visita sobre “ampliar la percepción”. En el primer piso encuentro la nueva librería. Tomando como inspiración las antiguas bibliotecas altas y silenciosas, el lugar convive con las Mac interestelares que contienen catálogos editoriales a disposi¬ción del público. Hay colecciones especializadas en arte contemporáneo y latino¬americano, una cuidada selección de poesía y literatura argentina, libros de diseño, arquitectura, moda, cine y fotografía. Yo me quedo hojeando un par de libros para niños. Se ven cosas sorprendentes en las renovadas generaciones de ilustradores. Los héroes son tan graciosos y deformes como los monstruos. Me quedaría un rato sentada a una de las mesas blancas que forman parte del espacio de lectura para continuar mirando ávidamente, pero tengo hambre.

En mi camino hacia el café paso por el auditorio. Esta es otra de las ampliaciones que se han incorporado al museo. Con capacidad para 100 personas, cada butaca del auditorio cuenta con ac¬ceso a internet wi-fi, conexión eléctrica y una mesa plegable que permite ubicar una computadora o utilizarse como un lugar de apoyo para tomar apuntes. Fue especialmente pensado para crear un ámbito académico y de divulgación.

Finalmente el café y la perspectiva de la terraza

El restaurante tiene una atmósfera deliciosa. Es blanco, amplio y presenta una vista espectacular a través de sus ventanales tamaño XXL. Contiene todo lo que la fantasía de una escapada urbana requiere. Sadwiches interesantes, ensaladas minuciosas y una erótica diversidad de pos¬tres, jugos, frutas y tés de múltiple sabor. Me siento cerca de la terraza. Alrededor el clima es tranquilo. Hay dos amigas que charlan distendidamente, una mujer de look neoyorquino que acentúa alguna que otra palabra en francés, extranjeros afables en remeras amarillas, una pareja de jóvenes intelectuales ensimismados. En mi mesa pronto aparece un café con leche en una pesada taza que llena la mano. Su calor me relaja inmediatamente.

Pronto termino la merienda. Estoy satisfecha y el paisaje exterior me llama. Mantengo una terca pelea con la puerta corrediza hasta que alguien tiene la bondad de abrirla por mí. La terraza permite una generosa vista de la Vuelta de Rocha y el majestuoso Puente. Las poltronas de madera descansan desnudas y húmedas después de la llovizna, pero puedo predecir que bajo el sol del verano serán un lugar sublime para pasar la tarde. El frío que hace no es amigable, pero la gente parece sentir una necesidad imperiosa por salir al mirador. Una mujer fuma apretando los codos contra el cuerpo. Una pareja se abraza. Se dispara otro flash. Anochece y las luces de los alrededores se encienden de pronto. Es hermoso. Definitivamente parece que estoy en el lugar indicado para tener una epifanía.

Me quedo pensando en la muestra. Ensanchar la mirada, hacerla más objetiva, requiere un entrenamiento de naturaleza paradójica. Una conjunción que oscile entre la perspectiva cósmica y el detalle minúsculo. La Boca parece ser el barrio más apropiado para comenzar a practicarla. Un lugar lleno de particularidades que ahora, desde la perspectiva que me permite la terraza de PROA, puedo ver como un cuadro completo.


Nota para la revista Peugeot Mag

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