miércoles, 13 de enero de 2010

Hospital Oftalmológico Santa Lucía, para el cual no hay elogios que sean suficientes.


El taxi

La historia que voy a narrar comienza a las 9.30 en el Hospital Santa Lucía. Sin embargo, siento la necesidad de empezar con el suceso anterior. No porque se trate de una anécdota extraordinaria —casos como éste se descubren en los diarios todos los días—, quiero incluirla porque al ser de una naturaleza tan opuesta tal vez consiga resaltar aún más lo excepcional de la crónica que le sigue:

El taxi que nos llevaba al Hospital era como cualquier otro. Lo manejaba un hombre de mediana edad con muchas certezas sobre la vida. Hasta ahí todo normal. Se sabe que estas personas están dispuestas a dictar sus verdades a todo aquél que se siente atrás, sin esperar su consentimiento. No fue eso lo que nos sorprendió.

A lo largo de los tres barrios que nos separaban del destino, el taxista nos habló de sus contactos con el lavado de dinero falso, de cómo la mafia de las carnes estafó gente para convertirse en una cadena de supermercados; nos relató con excesivo lujo de detalles fiestas oscuras donde las mujeres dejan de ser mujeres. Nos explicó cómo se huye con cuantiosas cantidades de dinero en Peugeots blindados sin asientos y ya cuando nos bajábamos, justo frente a las arcadas altas del Hospital, nos confesó con orgullo que uno de sus amigos, que a su vez era amigo de un hombre poderoso, había cometido un asesinato y que nunca lo habían atrapado.

Al pisar la vereda estábamos mudos. Tal vez su testimonio fuera exagerado y hasta podrían tratarse de absolutas mentiras. El punto era que el hombre que se jactaba a viva voz de las muchas trampas que pueden perpetrarse sobre otros seres humanos y los médicos que ayudan a otros los 365 días del año, apenas estaban separados por unas puertas.

El Hospital

Son las 9:30 de la mañana y el gran hall del Hospital está lleno de gente. Cerca de la entrada una mujer atiende cada pregunta sin fastidio y lee cada papelito que le acercan sin ansiedades. Pedimos por la Jefa de Guardia, la Dra. Diana Salz. Nos dicen que esperemos. Nos sentamos en la sala de espera. Aquí todo transcurre en suave armonía bajo el zumbido de los ventiladores. Una mujer ciega es conducida con un cuidado cariñoso por las escaleras. Muchas personas con parches miran desde su único ojo con profunda calma. Cientos de manos tocan el cristal con la imagen de la virgen de Santa Lucía y agradecen.

Nos llaman de la Sala de Guardia. La Dra. Salz nos espera. Se ha ocupado de autorizar la nota ante la municipalidad. Más tarde sabremos que la Doctora se ocupa de las cosas más pequeñas hasta las más grandes con la misma e infinita dedicación. Nos sentamos en el bar y enciendo el grabador.

—Existe una patología muy específica de guardia —comienza la Dra. Slaz.— Hay patologías de lunes a viernes y las hay de fin de semana. Sucede que el fin de semana la gente está en su casa ociosa y para ahorrar trata de hacer lo que debería hacer un técnico. Se ponen a arreglar el lavarropas, la tele, comienzan a podar, a martillar sin antiparras. Cosas que usualmente no hacen. Y no están capacitados para hacer. No usan los elementos que usaría cualquier carpintero o herrero. También tenemos muchos accidentes deportivos. Pelotas de tenis o de Squash que impacta justo en el ojo.
En épocas de fiestas se encuentran otras patologías. Lo que en el año hacen las pelotas de tenis en las fiestas lo hace el corcho. En general los de plástico salen con más fuerza, por eso nosotros recomendamos que abran las botellas con atención y sostengan el tapón con un trapo. Éstas son escenas repetidas donde uno no dimensiona el riesgo y depende del impacto se puede producir desde una úlcera hasta la pérdida misma del ojo.

—¿Qué sucede con la pirotecnia?

—Antes teníamos muchos más accidentes por pirotecnia pero ahora disminuyeron. Debo decir lamentablemente, ya que fue debido a Cromagnon. Hay un antes y un después de Cromagnon. Pero por supuesto no han desaparecido por lo que la prevención es importante.

—Casos impactantes imagino que por acá se ven todos los días.

—He visto cada cosa. Por ejemplo una vez encuentro una camilla con una persona a la cual le salía una especie de palito. Te preguntabas, “¿qué le sobresale?” El chico estaba en el colegio —iba a un industrial donde se utilizan herramientas—, y en horas de recreo, jugando, tiraron una lima y se le incrustó en un ojo.
Hubo otro caso donde una mujer iba caminando por la calle tranquilamente y una grúa la agarró justo con el gancho. Desesperados cortaron la cadena y la trajeron con el gancho puesto, porque nadie se animaba a sacárselo.
Otro caso insólito fue el de un chico de Paraná que había estado pescando dorado. Utilizan un anzuelo enorme para eso. Uno de sus familiares al tirar la caña lo enganchó y el chico vino con el anzuelo ensartado. Entonces en ese caso tuvimos que cortarlo y hacer todo un movimiento inverso a cómo entró.

Hay casos espectaculares, realmente impresionantes, pero a veces no se puede hacer prevención. Es decir en el caso de este chico del anzuelo estaban acostumbrados a pescar. Pescaban siempre hasta que ocurrió esto. Todo lo que uno puede prevenir es poco. Hay accidentes de chicos muy chiquitos se cuelgan de un cajón para pararse y justo es el de los cubiertos. O cuando las asas de las sartenes se dejan en la primera hornalla, si hay chicos que ya gatean lo que se cocina tiene que estar siempre atrás. Tampoco se puede cocinar con un niño en brazos porque es muy peligroso.

Nosotros tuvimos un caso de un bebé —tendría 6 ó 7 meses— con un cuerpo extraño dentro del ojo. En general ese accidente lo tienen quienes martillan. Porque están golpeando metal con metal y salta justo una esquirla. En este ejemplo el chico era demasiado pequeño como para siquiera saber lo que es un martillo, ¿cómo puede ser? El abuelo era quien había estado martillando y lo tenía en brazos.

En el rato que la Dra. Salz nos cede, nos cuenta que se ha desempeñado 20 años en oftalmopediatría y que ha trabajado en la guardia de los domingos durante 15 años. Este entrenamiento le ha dado la experiencia y la garra para combatir con muy poco los muchos desafíos que se imponen a cualquier hospital hoy día. Nos cuenta que en la guardia son atendidos aproximadamente 1000 pacientes por día, por 8 médicos y concurrentes. Allí convergen personas de todo el conurbano, del interior y de los países limítrofes. También se hacen interconsultas con otros hospitales. Hay que estar al tanto de todo. De las grandes necesidades hasta de los más mínimos detalles. Desde la creación de un servicio de “Baja Visión” y todo su plantel de profesionales hasta el arreglo del flotante de la habitación 1.

—Se trabaja bien, con mucha voluntad —dice la Doctora.

El backstage

La Doctora nos ha abandonado unos momentos para atender cosas más urgentes. Mientras esperamos a que regrese vamos a hacer fotos a la guardia. Allí todos parecen tener la agradable actitud de quien pertenece a una familia bien organizada. Las enfermeras son didácticas, los empleados administrativos dispuestos y los médicos amables.

Un paciente que acaba de ser vendado permite que le saquemos una foto y no hace falta pedirle que sonría.

La Dra. Salz retorna. La acompañamos al segundo piso para hacerle unas fotos. Durante el trayecto tenemos la oportunidad de ver qué significan todos sus años en el Hospital. Bajo cada escalera, en cada pasillo, a la vuelta de cada esquina es saludada con respeto y alegría. Todos la conocen y ella conoce a todos. El esfuerzo de su trabajo sembrado día a día, durante más de veinte años, se abre como un campo de sonrisas en las caras de quienes se cruzan con ella.

13 de Diciembre se celebra el día del Oftalmólogo en honor a Santa Lucía.

Dicen que cuando era niña Lucía juró a Dios que permanecería pura y virgen para siempre, pero cuando llegó a la juventud su madre quiso casarla con un pagano. Por aquellos días la mamá enfermó gravemente y Lucía le dijo: "Vamos en peregrinación a la tumba de Santa Águeda. Si ella le concede la curación, me dará el permiso para no casarme".

La madre aceptó la propuesta. Fueron a la tumba y la curación se produjo instantáneamente. Desde ese día Lucía obtuvo el permiso de no casarse y el dinero que tenía ahorrado para el matrimonio lo gastó en ayudar a los pobres.

Sin embargo, como venganza, el joven que se iba a casar con ella la acusó de ser cristiana ante el gobernador. En esos días el cristianismo estaba totalmente prohibido.

Lucía fue llamada a juicio.

El juez se dedicó a hacerle indagatorias y trató de convencerla para que dejara de ser cristiana. Ella le respondió: "Es inútil que insista. Jamás podrá apartarme del amor de mi Señor Jesucristo". El juez la amenazó con llevarla a una casa de prostitución. Ella le respondió: "Aunque el cuerpo sea irrespetado, el alma no se mancha si no acepta ni consiente el mal" (Santo Tomás de Aquino, el gran sabio, admiraba mucho esta respuesta).

Intentaron forzarla pero milagrosamente ella no se movió, como si una fuerza superior la amparara.

De un golpe cortaron su cabeza y colocaron sus ojos en un plato. En Siracusa, Italia, existe una lápida del año 380 que dice: "N. N. Murió el día de la fiesta de Santa Lucía, para la cual no hay elogios que sean suficientes".

Nota publicada en revista "ópticos"

jueves, 7 de enero de 2010

Sección al otro lado del arte: Entrevista con Jimena Oddi



A las 3 de la tarde el calor del asfalto intenta trepar a las piernas como una enredadera. También a esas horas, los 110 merodean Almagro con abandono. Vacíos e inmersos en la gratitud que les regala el remanso de la tarde. Llego al PH de Jime Oddi. Frente a mí hay una puerta y cuatro timbres. Al lado del “C” una inscripción hecha con amor, birome y corazones indica, sin lugar a dudas, que ése es el correcto, (luego Jime explicará que la frase que adorna su timbre es una muestra de afecto de una amiga sueca que está un poco loca).
Jime emerge desde sus largas piernas y una pequeña minifalda. Sonríe con todo su ser y me abraza. Hace tiempo que no la veo, por lo que el abrazo es prolongado. Luego, la sigo por el pasillo hasta el fondo de su mundo. Nos recibe un patio que ha visto generaciones de niños volverse abuelos y una música revoltosa que sale uno de los cuartos. Pasamos a la cocina y allí nos quedamos charlando sin darnos cuenta.

J: ¿Qué contás?

M: Si querés empezamos por mi vida, pero de la que tenemos que hablar es de vos.

J: Es que trato de esquivar porque me pone nerviosa hablar de mí. ¿Tomás Coca?

Asiento. Me sirve un gran vaso de Coca helada. Un elixir que deja atrás el calor y las preocupaciones. Jime se apoya en la mesada y considera por unos instantes todas las cosas que se han sucedido en estos tiempos.

J: Estoy por iniciar un proyecto documental que no es con plata, pero es un espacio para experimentar lo que uno tiene ganas de hacer. Pero aún es secreto. Es que hace tiempo que me estoy interesando más en el arte cinematográfico. Es diferente de lo que venía haciendo que es gráfica animada para pantallas de tv. Es diferente porque tengo un espacio o un vestuario que pensar. O un ambiente, o un personaje. Con esta amiga sueca (la que está un poco loca), que trabaja por distintas partes del mundo y a veces vive en Brasil, a veces en Argentina (ahora está en Madrid estudiando danzas), hicimos un documental sobre “El Mate”. Lo hicimos todo solas y a pulmón. Nos fuimos a Misiones unos días ya que es la capital del mate. Es todo muy pintoresco. Para que te des una idea te atienden atrás de un arbusto con forma de mate en la entrada de la casa del mate. La experiencia fue muy buena. El objetivo era mostrar que no es un estrato social específico el que toma mate, sino que es universal y que es algo que genera un clima diferente según las situaciones. Está el que estudia con el mate, el que está trabajando con el mate, el que sale a la puerta a tomar mate con los vecinos, las confidencias con amigas mate de por medio, o si estás solo como compañía. El documental fue algo titánico para el tiempo y el presupuesto que teníamos. Y para dos personas solas.

Jime se queda pensativa mirando algo que está más allá de mis posibilidades de visión. Entonces me ofrece mate. Tal vez a raíz de la conversación, el deseo por el mate se me hace irresistible. Acepto. Ponemos la pava y al rato comenzamos la ronda.

J: Yo soy de cambiar bastante el rumbo de mi trabajo. En general soy de hacer cosas nuevas sino me aburro. Si no me sorprendo con el laburo ya digo mmm…

M: ¿Estás trabajando para publicidad?

J: Sí, bastante. Para acá y para afuera, sobretodo para España y Londres. Igual trabajo mezclado. Hago videos de música o documentales, o gráfica de un canal. Y cuando puedo experimento cosas que después van a verse corporizadas en comerciales u otras piezas. Son todos rubros diferentes. Hay un gran género que es la gráfica animada y después el arte de video o de cine y en el medio hay un montón de matices donde cada pieza es algo único.

M: ¿Qué has hecho últimamente?

Piensa.

J: Todo el año estuve haciendo un video para una productora de Los Ángeles con tema libre. (Me asombro ante las palabras mágicas “tema libre”. No es algo que se escuche todos los días y son las palabras más deseadas por todo creativo o artista.) Se trata de un video para M.I.A. Su música tiene un tono social ya que ella es hija de un refugiado de SriLanka y tuvo que exiliarse varios años en Londres, por lo que sus trabajos tienen de un tinte humanista. Para la pieza estoy haciendo un poco de todo. Producción, guión, dirección de arte, croma. Estoy trabajando con un amigo Coque como co-director. Hay todo un mundo de chicas y distintos personajes que se van desplegando a lo largo de los cuatro minutos que dura el video. Los personajes tienen cascos y cosas en la cabeza. Básicamente nadie tiene cabeza humana. Hay chicas con cabeza de pirámide, de ojo, de buzo y unas que son pájaros. Un mundo muy surrealista. El tema es probar. Cuando hacés trabajos así que te permiten probar ideas, investigar y experimentar con cosas, después esos recursos los usás en otros caminos, los desarrollás en otros lados. Ahora tengo que filmar nuevamente al personaje masculino que es un bailarín de hip hop. Y lo voy a filmar con ese casco (me señala un casco amarillo con estética de los 80s que hay sobre una silla, en el patio). Lo voy a pintar como si fueran las escamas de un animal.

M: ¿De dónde sacaste ese casco?

J: Del mercado de Dorrego. Voy mucho a ferias y mercados de pulgas. Me gusta. Es que tengo una tendencia al bizarrismo, nunca fui muy clásica con la estética (ríe). ¿No querés que nos sentemos?

Hemos estado todo este rato hablando de pie en la cocina. Salimos al patio. En un rincón hay muchas plantas que crecen felices a su antojo. Yo me siento en una reposera. Ella toma una silla de patitas bambi y tapizado de raso. Todas las cosas en casa de Jime parecen traídas de lugares y eras diferentes, sin embargo, conviven en armonía.

M: ¿Y tu trabajo para la música?

J: El año pasado hice arte para el hijo de César Isella (cantautor y folklorista), Fer Isella que hace una especie de Jazz fusión. El quería algo muy artístico y abstracto, así que fue bastante divertido porque pudimos usar materiales como hilos, plásticos, plastilinas. Nos juntábamos con el otro diseñador a hacer bolitas de plastilina (ríe) como en la escuela. Quedó muy lindo y a Fer Isella le gustó mucho. De hecho, él fue quien me contactó con la productora de L.A. para la que estoy haciendo lo de M.I.A.

M: ¿En que consiste tu trabajo para los canales de TV?

J: Los trabajos que son para canales son raros porque tenés por un lado cierta libertad y después tenés la bajada estética del canal que hay que seguir. Después tenés a la productora, el productor, el director del programa que deciden sobre tu trabajo. Sin embargo, cuando la sinergia funciona podés hacer obras muy interesantes. En el canal Encuentro me pasó que hice la intro muy plástica para “Huellas, arte argentino”.
¿Qué más? Para Canal A hice “El Fantasma” que es un programa de literatura con la conducción de Silvia Hopenhayn. Para Ciudad Abierta trabajo el branding desde 2004. Empecé a trabajar desde Gazz (estudio de gráfica animada). Por ejemplo durante 2004 y 2005 diseñamos todo el sistema gráfico en Helvética Bold. Para el 2004 era usada discretamente. Sólo cambiaba de colores plenos y se combinaba únicamente con blanco negro y amarillo. En el 2005 se siguió usando la Helvética Bold pero se podía utilizar de mil formas. Podía estar gastada, con puntitos, con rayitas, etc. Ese fue el sistema más ecléctico de todos para la etapa institucional. Era muy sutil lo que unía todo. Sólo los gráficos muy despiertos podían descucrir el sistema (risas). Es un chiste interno. También trabajé para Infinito e hice los títulos de “La película de los presidentes” de Gastón Duprat y Mariano Cohn. Ahí por ejemplo inventé una tipografía que se imita el espíritu de las pintadas políticas de los paredones.

M: ¿Cómo es esto de trabajar free-lance y a solas?

J: Está bueno. Al principio, (hace ya un año y medio) tenía mucha ansiedad. Pero ahora todo fue cayendo en su lugar. Van saliendo trabajos interesantes y variados. Es gracioso pero ni siquiera tengo tarjeta personal (ríe).

La confianza de Jime en el futuro es admirable. Esa intensidad para vivir y tomar lo que sea que se le presente. Estar disponible. Abierto a las posibilidades y riesgos que la vida despliega para nosotros. Cómo transmitir con palabras lo que se siente al estar ante alguien que tiene como leit motiv escapar a lo aburrido, a lo ya transitado. Que no le teme al cambio.
¿Qué se puede decir de una tierna chica punk de piernas largas siempre dispuesta a seguir su corazón?

Nota publicada en www.guiasenior.com
Galería: http://www.jimenaoddi.com.ar

miércoles, 6 de enero de 2010

De la correcta comprensión de José


¿Quién puede realmente decir :“conozco a tal persona”? Podría, quizás, describir alguna de sus manifestaciones como señalando una puerta de entrada que ha quedado abierta. Pero la verdadera profundidad de un hombre siempre nos quedará lejos y en lo hondo.

¿Quién puede realmente decir :“conozco a tal persona”? Podría, quizás, describir alguna de sus manifestaciones como señalando una puerta de entrada que ha quedado abierta. Pero la verdadera profundidad de un hombre siempre nos quedará lejos y en lo hondo.

De José, que hoy tiene 67 años, se puede decir que fue panadero, maestro, y comunista. Se puede mencionar que no está muy convencido de la teoría del Dr. Stuart Gager que dice que la Tierra es un organismo vivo autorregulable.
José puede aludir a los griegos como pervertidores de la juventud y desconfiar del test de Rochard. En una conversación cualquiera tal vez recuerde cuando Constantinopla fue sitiada por los turcos o cuando chocaron dos submarinos rusos o quién asesinó a Tiberio. Éstas son algunas de las huellas que José deja abiertas en las tierras de sus charlas cotidianas.

En la casa de José, la merienda recién servida era un espectáculo. Había café con leche y tarta de manzana en una tarde de sol (¿qué más se podía pedir?) No sé cómo terminamos discutiendo acaloradamente sobre la última película de Batman. En el momento no le di importancia, pero cuando volví a escuchar la grabación, entendí que era fundamental para aproximarse a una orilla de la comprensión de José.

José: –En la película se ve cómo Batman es el defensor del poder económico. Batman con su poderío tecnológico, defiende al poder económico –repite y acentúa.– Él es el director general de una corporación. En cambio El Guasón es el caos y con mucho menos, casi con nada, te hace desastres. Con un teléfono celular te hace volar todo por los aires.

Asentí en silencio y me quedé perturbada pensando si el Guasón sería una especie de anarquista bufonesco para la acartonada Cuidad Gótica. Pronto comenzamos a disfrutar de la tarta de manzana y a las dos cucharadas, sentí que era el momento adecuado para preguntar:

–José, ¿sos ateo?

–Sí.

–¿Es decir que pensás que no existe nada más grande que el hombre?

–Sólo el hombre. Es difícil llegar a encontrar a alguien con nuestras características. Se dio en la Tierra por las diversas condiciones existentes y nosotros somos el resultado de esa materia totalmente desarrollada. Materia pensante. No existe ningún Dios, creador del mundo. Nada.

De pronto, me sobresalté con un sonido mecánico. Alguien estaba utilizando una multiprocesadora en la cocina o el Universo se había molestado con el comentario. Preferí no entrar en detalles o revelaciones y continué escuchando a José.

-En el 69 caí preso –dijo inesperadamente–. Yo estaba en el partido comunista y fuimos a una fábrica. En esa época, cuando me afilié, estaba Kruschev como presidente ruso. Con él comienza el deshielo. La “desestanilización” que después en realidad, no se produce. Yo estaba en una célula que propuso hacer una panfleteada y charla, acá cerca, en una fábrica textil. Algún capataz llamó a la policía y en pleno “onganiato” nos encañonan y nos hacen subir a un patrullero. Caímos dos. Mi compañero Aquiles y yo.

–A mi compañero, que era más canchero, se le ocurre decirle al subcomisario: “Tenga cuidado con lo que hace porque hoy está usted ahí, pero las cosas cambian. Mañana podemos estar nosotros.” “Aha –dijo el subcomisario– así que me venís con amenazas.”

En la comisaría 45, de Villa Devoto, José y su compañero estuvieron incomunicados por 10 días. Luego estuvieron presos 6 meses en el pabellón 3 de la cárcel de Devoto. En el sector “I” convivieron con Uturuncos*, Trotskistas y Montoneros. El director de la cárcel en ese entonces, era un gordito petiso que andaba con J. Armando (presidente de Boca) y su séquito de periodistas deportivos y botineras. José recuerda que el chiquitito tenía un escritorio muy alto y se sentaba allí arriba para hacer desfilar a los presos. José no olvida el primer día frente a este sujeto.

–Ustedes están acá por comunistas, ¿no?

Silencio.

–Si ustedes son comunistas díganme: “Sí, ¡soy comunista!” porque sino yo los separo y los mando a cualquier sector.

–Sí, ¡somos comunistas! – replicaron en el apuro.

–¿Y cuándo van a hacer la revolución? Me avisan con tiempo, eh…

El pequeño hombre reía con su broma. Tal vez fuera lo más divertido que podía hacer en todo el día.

–¿Y hoy sos comunista? –pregunté de pronto.

–No, soy anarco-comunista. Defiendo la comunidad de bienes sin estado. Es una idea utópica. El estado sería muy tenue. ¡Al primer desvío tienen que ser decapitados! Basta de burocracia. Pero para eso la gente tiene que estar muy educada. El súmmum de la educación. Todo dividido en comunas. Colonias donde se realizan los trabajos de forma colectiva y no habría fábricas gigantes. Serían pequeñas y manejadas por los trabajadores.

–¿Qué pensás de Jesús?

–Que no sé si existió. Hay una tendencia que dice que es un mito. La religión es un tema de necesidad. Hay seres humanos que se sienten mal y necesitan creer.

En la historia de José, como en la de todos nosotros, existe el karma común de ser Argentino. No me refiero en el sentido fatalista, sino como el aprendizaje que venimos a hacer en esta vida. Para José el Rodrigazo definitivamente fue karma. En el 75 existió una hecatombe económica terrible y tuvo que rematar su negocio de pan. Pero como él mismo dice, se fundió por un lado pero por el otro, se salvó. José encontró su verdadera vocación en el desastre. Fue maestro.

En los próximos 30 años conoció la felicidad y la decadencia. Su amor por los libros lo llevó a buscar la página arrancada de la Enciclopedia Hispánica del 89, hasta la casa de una delincuente de 12 años que pretendía copiarse en un examen. José llegó a planchar un mapa de Brasil durante cuatro días y cuatro noches, para poder devolverlo a su origen eterno: la página 289 del tomo 4.

También como argentino le tocó ser parte de en un episodio histórico. La puerta 12. La tragedia más grande al fútbol nacional, según imprimían los titulares de los diarios.

–Después de hacer el reparto de pan me cambiaba y nos íbamos a las canchas con otros vagos. Fuimos en auto, la estanciera de mi padre, con mi primo y dos compañeros hinchas de Boca. Entramos por la puerta 12 bis, en la misma tribuna. Un partido malo. Pésimo, ya en los últimos tiempos de Ratín. Cero a cero. La cancha llena. Uno de los chicos me dice: “Che, vamos.” Le digo: “No pará. Mirá qué gentío. Esperá a que salgan todos”. No escuchamos nada. Salimos a las 10 de la noche sin saber nada. Hubo 71 muertos, justo para los bosteros, el 71 es la mierda. Llegamos a mi casa y estaban todos en la calle. Había un patrullero. Las madres lloraban y nos abrazaban. Nosotros no entendíamos nada. Ni la radio habíamos prendido.

Al entrar en las puertas que José deja entreabiertas, uno encuentra a alguien que cree en las utopías. Un niño que nació en la lejanía de la promesa peronista y que creció para ver de cerca la locura de ricos, rufianes y rubias. Un hombre que hoy como ayer sostiene la arenga: Terminar con su poderío galáctico.


publicado en poesiaurbana.com.ar

martes, 5 de enero de 2010

Impresiones en Fundación PROA


Un recorrido por el barrio de la Boca, el nuevo edificio de Fundación PROA y la muestra “Espacios Urbanos”. Cinco fotógrafos de la Escuela de Düsseldorf retratan la arquitectura en la que se desarrolla nuestra vida contemporánea y las personas que viven allí.


La Boca

El día está nublado. Es domingo. Siempre que llego a la Boca se me despierta una inevitable gula por el detalle. Así que ahí estoy, mirando locales de souvenirs con fruición. He dejado de ver el espacio para detenerme en esos pequeños conjuntos de color. Encuentro bustos de Evita, Perón y Bianchi erguidos en 6 cm de gloria, bailadores de tango en miniatura que llevan el desborde de las grandes esculturas Botero, remeras de Boca y de River conviviendo pacíficamente en el área neutra del merchandising.

Imagino que en el barrio de la Boca el cambalache de color debe ejercer algún poder extra sobre las sensaciones. Los rojos, amarillos y verdes le hacen frente a la gran opresión del cielo plomizo. La tristeza parece tener que pelear por un lugar que en otro lado ya tendría ganado. Son cerca de las cinco de la tarde y quiero llegar a la última visita guiada de Fundación PROA. Me apresuro. Aparece ante mí el nuevo edificio. Su fachada de grandes ventanales transparentes genera un contraste perfecto con el perro bigotudo que corre al colectivo y los copos de azúcar rosados y estoicos del carrito estacionado enfrente.

La nueva Fundación PROA y una mirada alemana sobre la urbe

Entro al hall. El museo exhibe la muestra “Espacios Urbanos”. Llego justo cuando comienza la visita. La guía pregunta a treinta personas perplejas si conocen la escuela de Düsseldorf. Me encantaría levantar la mano y decir algo maravilloso, pero unos pocos párrafos leídos en internet no justifican el alarde. Me limito a escuchar.

La Escuela de Düsseldorf nace en 1976, cuando el matrimonio Becher funda su cátedra en la universidad alemana. Ellos rescatan un registro documental y objetivo que intenta distanciarse del tema retratado. Desarrollan fotografías de espacios urbanos solitarios, más bien estáticas, frontales y en blanco y negro. Los artistas expuestos en PROA son la segunda generación de este linaje. Andreas Gursky, Candida Höffer, Axel Hütte, Thomas Ruff y Thomas Struth, avanzan por sus propios caminos y crean propuestas que a veces también incluyen el color y la fotografía digital.

En la primer sala se pueden ver fotos de lugares vacíos en blanco y negro. La guía intenta hacernos participar, pero algo nos inhibe. Las fotos son muy frías o nosotros demasiado vergonzosos. Por suerte cuando llegamos a la segunda sala algo en el grupo se despierta. Allí las fotografías son gigantescas y a color. Vemos panorámicas de torres altísimas en paisajes llanos, algún pedazo de Bagdad en el medio de un lujoso hotel cinco estrellas, una multitud que de lejos parece un fermento de laboratorio. Pronto alguien menciona el concepto del “inconsciente óptico” de Walter Benjamín y se abre un debate apasionado.

La idea plantea que la cámara detecta algo que yo como ser subjetivo no llego a ver. La guía cita a Benjamín: “Habitualmente no percibimos numerosos perfiles y ángulos de los objetos y de los seres. Nadan inadvertidos en la ancha corriente de lo percibido. Así es como resulta perceptible que la naturaleza que habla a la cámara no es la misma que la que habla al ojo. Es sobre todo distinta porque en lugar de un espacio que trama el hombre con su consciencia presenta otro tramado inconscientemente. Aquí es donde interviene la cámara con sus medios auxiliares, sus subidas y sus bajadas, sus cortes y su capacidad aislativa, sus dilataciones y arrezagamientos de un decurso, sus ampliaciones y disminuciones. Por su virtud experimentamos el inconsciente óptico, igual que por medio del psicoanálisis nos enteramos del inconsciente pulsional.”

Lo que entiendo es que la cámara puede ver el todo con exactitud y claridad, sin juicios, ni subrayados. Comienzo a comprender. Las imágenes expuestas parecen pedir que pongamos algo más de nuestra parte. Sus espacios desnudos y la aparente frialdad nos impulsan a profundizar nuestras impresiones. Nos intiman a abandonar esos estrechos pasillitos de percepciones cómodas y habituales para andar por caminos más amplios. Casi que nos obligan a enfrentar esos abismos panorámicos de enormes arquitecturas solitarias, donde a la vez se puede ver hasta el último detalle. Nos empujan hacia las preguntas. ¿Son seres humanos los que habitan estas extrañas estructuras? Aún cuando la imagen está llena de personas como en las raves de Gursky surge la duda, ¿son seres humanos los que bailan en esta fiesta? Supongo que los artistas confían en que nosotros como observadores estemos dispuestos a ejercitar nuevas y sensibles apreciaciones. A llenar esos espacios vacíos con visiones diferentes.

Sumergirse en los placeres de la librería

La visita guiada termina. Subo por las escaleras vidriadas que permiten observar el barrio desde una perspectiva desconocida. Me quedo masticando lo que se dijo en la visita sobre “ampliar la percepción”. En el primer piso encuentro la nueva librería. Tomando como inspiración las antiguas bibliotecas altas y silenciosas, el lugar convive con las Mac interestelares que contienen catálogos editoriales a disposi¬ción del público. Hay colecciones especializadas en arte contemporáneo y latino¬americano, una cuidada selección de poesía y literatura argentina, libros de diseño, arquitectura, moda, cine y fotografía. Yo me quedo hojeando un par de libros para niños. Se ven cosas sorprendentes en las renovadas generaciones de ilustradores. Los héroes son tan graciosos y deformes como los monstruos. Me quedaría un rato sentada a una de las mesas blancas que forman parte del espacio de lectura para continuar mirando ávidamente, pero tengo hambre.

En mi camino hacia el café paso por el auditorio. Esta es otra de las ampliaciones que se han incorporado al museo. Con capacidad para 100 personas, cada butaca del auditorio cuenta con ac¬ceso a internet wi-fi, conexión eléctrica y una mesa plegable que permite ubicar una computadora o utilizarse como un lugar de apoyo para tomar apuntes. Fue especialmente pensado para crear un ámbito académico y de divulgación.

Finalmente el café y la perspectiva de la terraza

El restaurante tiene una atmósfera deliciosa. Es blanco, amplio y presenta una vista espectacular a través de sus ventanales tamaño XXL. Contiene todo lo que la fantasía de una escapada urbana requiere. Sadwiches interesantes, ensaladas minuciosas y una erótica diversidad de pos¬tres, jugos, frutas y tés de múltiple sabor. Me siento cerca de la terraza. Alrededor el clima es tranquilo. Hay dos amigas que charlan distendidamente, una mujer de look neoyorquino que acentúa alguna que otra palabra en francés, extranjeros afables en remeras amarillas, una pareja de jóvenes intelectuales ensimismados. En mi mesa pronto aparece un café con leche en una pesada taza que llena la mano. Su calor me relaja inmediatamente.

Pronto termino la merienda. Estoy satisfecha y el paisaje exterior me llama. Mantengo una terca pelea con la puerta corrediza hasta que alguien tiene la bondad de abrirla por mí. La terraza permite una generosa vista de la Vuelta de Rocha y el majestuoso Puente. Las poltronas de madera descansan desnudas y húmedas después de la llovizna, pero puedo predecir que bajo el sol del verano serán un lugar sublime para pasar la tarde. El frío que hace no es amigable, pero la gente parece sentir una necesidad imperiosa por salir al mirador. Una mujer fuma apretando los codos contra el cuerpo. Una pareja se abraza. Se dispara otro flash. Anochece y las luces de los alrededores se encienden de pronto. Es hermoso. Definitivamente parece que estoy en el lugar indicado para tener una epifanía.

Me quedo pensando en la muestra. Ensanchar la mirada, hacerla más objetiva, requiere un entrenamiento de naturaleza paradójica. Una conjunción que oscile entre la perspectiva cósmica y el detalle minúsculo. La Boca parece ser el barrio más apropiado para comenzar a practicarla. Un lugar lleno de particularidades que ahora, desde la perspectiva que me permite la terraza de PROA, puedo ver como un cuadro completo.


Nota para la revista Peugeot Mag

lunes, 4 de enero de 2010

Fernando Rodriguez Vilela – Ilustrador y Director de Arte



La entrevista con el Gaita es un viaje. No me refiero a un viaje metafóricamente hablando (aunque algo de metafórico debe tener). Me refiero a un viaje literalmente.
Habíamos arreglado la entrevista para el viernes por la tarde. A última hora, para que las agendas pudieran estar tranquilas y amables. Su PH de Villa del Parque es un lugar luminoso donde se pueden beber tragos, escuchar buena música y filosofar sobre el destino del cine con vehemencia, como debe ser; así que el plan sonaba espléndido también para mí.
A eso de las seis presiono el timbre.

– Bánqueme un momento. Ya bajo. –dice la voz del Gaita por el portero eléctrico que chirría como gato enojado–. Ha acontecido un imprevisto.

¿Un imprevisto? El Gaita tiene una forma de hablar que sólo puede describirse como anacrónica. Espero los dos pisos por escalera que debe descender, pensando con impaciencia que ya no podré beber el Vodka Seven con hielo y limón que prepara tan bien. Me resigno. El Gaita atraviesa el marco de la puerta con garbo. Es un hombre calvo que lleva gafas de sol, jean y remera con una lección zen del “Señor Miyagi” de la Película Karate Kid. En el frente el dibujito de una mano indica: Encerar. En la espalda la misma mano indica: Pulir.

–Se me ha presentado un trabajo y tengo que ir hasta Puerto Madero. –explica con calma–. ¿Me acompaña?

“Claro, he venido a hacer una entrevista cueste lo que cueste”, pienso y asiento con un suspiro. Nos subimos a su auto, un golf viejo al que alguien le ha dibujado un arte abstracto y palabras irreproducibles en la sucia luneta trasera. En el estéreo comienza a sonar “Gimme shelter” de los Rolling Stones. Partimos.

El Gaita es un hombre callado que maneja con confianza por Buenos Aires. Su carrera como Director de Arte ha comenzado hace más de quince años en un lugar mitológico de la ciudad. Su primer empleo fue en el chalecito que se ve en la punta de un edificio frente al Obelisco. Cuando le pido que me aclare cómo ha llegado a trabajar allí, me dice que es una larga historia. Al parecer involucra a una especie de Capitán Nemo, un mafioso de Gonzalez Catán que tenía a un ñandú por mascota y a un hombre que tenía planes de dominar el mundo desde allí, hasta que fue desalojado por falta de pago.
Pasamos frente a los Paredones de la Chacarita que tanto extrañaba Cortazar. Al comentárselo sonríe. Según me cuenta ese es uno de sus recorridos preferidos de la ciudad. Así le resulte trasmano pasar por allí, él toma ese recorrido para llegar a cualquier parte. Las grandes extensiones de pared bajo el sol de la tarde, luego los árboles que entrelazan la luz y finalmente la plaza llena de puestos de flores frente a la estación de Federico Lacroze, le hacen bien explica.
Aprovecho para preguntar.

M: ¿Cuando surgió la idea de ser Director de Arte?

G: El padre de un amigo era el que hacía las tapas de la revista Perfil allá por los 80s. Eran unas tapas bastante diferentes para esa época. Jugaban con las fotos y con los collages. No era la tapa de la típica revista Gente, era diferente. Tenía algún tipo de búsqueda. Cuando vi esas tapas por primera vez, dije: Quiero hacer esas tapas. Y este amigo Arima (era japonés, aclara) me dice “Mí papá hace esas tapas. Mi papá es Director de Arte.” Esa fue la primera vez que escuché la palabra. Sonaba hermosa.
Cuando fui a la casa de Arima, me encontré con que no sólo hacía las tapas de la revista, sino que hacía cantidad de cosas increíbles como una cabeza de ET gigantesca en papier maché que tenía en su estudio. Te la podías poner. Tenía un hueco para introducir tu cabeza. En esa casa había pinturas por todos lados, maquetas y así todos los hermanos Arima tenían predilección por las manualidades y el arte.

(En ese momento pienso cuánto ha influenciado la familia Arima al Gaita. Sus trabajos mezclan la pintura, el dibujo, el collage digital y la dirección de arte.)

M: La fascinación por lo fílmico, ¿cuándo comienza?

G: Supongo que desde que empecé a ver películas. Lo que dibujaba era lo que veía en la TV, y mayormente veía películas. Películas clásicas. Todo tipo de películas en realidad y eso lo mezclaba con lo que veía en la calle. Una especie de collage de la realidad y lo fílmico. Siendo que la gente en el siglo XX ha tenido comportamientos fílmicos, todo me cerró. El otro día leí algo que me dejó bastante impresionado. Hoy los sicarios y los asesinos a sueldo matan como en las películas. Se descubrió através de las investigaciones forenses y viendo las filmaciones de seguridad. Disparan hacia abajo como los personajes de Tarantino. Los mafiosos tienen guardaespaldas mujeres que se visten como Uma Thurman en Kill Bill. Hay un traficante que se mandó a hacer una casa que es una réplica de la de Al Pacino en Scarface, con escultura incluída que dice: El mundo es tuyo. Con lo cual yo creo que la mezcla llegó a un punto en el que no se sabe dónde empieza y dónde termina realidad o fantasía. Ya no sé si dibujás lo que ves en una película o lo que ves en la calle. Las personas se mueven como si fueran personajes salidos del cine. Las que tienen imaginación, claro. (risas)

Estamos en la Avenida Corrientes. A la altura del Once el tráfico es desesperante. Sin embargo el Gaita, un amante del Obelisco, ve su figura a lo lejos y no pierde su pulso imperturbable sobre el volante.

M: ¿Quiénes son tus directores preferidos? ¿Todos tienen que ver con lo Noir?

G: En realidad soy un omnívoro del cine. Me gusta todo tipo de cine. Salvo excepciones como las películas de terror. La primer película donde sentí que estaba viendo algo diferente pero sin saber porque era muy chico, fue “La Reina Africana” de Houston. Me enteré que era de él quince años después. La estaban dando en “Sábados de Súper Acción” y recortaba notablemente de la película de los dobermans asesinos y la de los vaqueros. Estaba en la casa de un amigo y me vinieron a buscar justo cuando faltaban 20 minutos para el final. Cuando llegué corriendo a mi casa, la película ya había terminado. No sabía ni cómo se llamaba la película. La volví a encontrar muchos años después y me vine a enterar que era de J. Huston, que Humprey Bogart era Humprey Bogart, que Katharine Herpburn era Katherine Herpburn y que era una pequeña obra maestra. Después otro director hizo una película sobre cómo se filmó esa película (Clint Eastwood). Me gustan muchos directores diferentes por las mismas razones. Por ese personal recorte o mirada que tienen de la realidad. Es algo que te regalan generosamente y de pronto te encontrás con más capas de profundidad incorporadas a tu propia mirada. Y tu mirada se transforma en algo diferente. Entre ellos podría nombrar a Martin Scorsese, George Lucas, Coppola, Peter Bogdanovich, John Ford, David Lynch, Kitano, Federico Fellini y Adolfo Aristarain y “Los Últimos Días de la Víctima”. Creo que es una de las mejores novelas policiales de la Argentina. La novela es de J.P. Feinmann y el traslado a la pantalla es impecable. El mejor que he visto. Te cuenta toda una etapa de Argentina sin ser obvia en ningún momento (claro que en esa época no podían). Siento que es una gran alegoría a la salida de la dictadura y a la mano de obra armada y desocupada, que en realidad nunca está muy desocupada. (risas) La película también te cuenta como Mendizabal (Federico Luppi) que es un asesino perfecto, un engranaje ajustado cronométricamente en el sistema, en un rapto de humanidad y búsqueda termina perdiendo su propia vida.

M: ¿Y cómo funcionás con el trabajo a pedido? Por ejemplo el que estamos yendo a buscar ahora.

G: Trato que el pedido no sea una limitación sino un desafío para poder agregarle algo más personal. No ser un mero ejecutor de la idea de otro, sino tratar de aportar algo que sume a la idea. Supongo que el haber estado del otro lado como director de Arte de varias agencias de publicidad, me ayuda a entender las propuestas del otro. Me ayuda a ponerme en los zapatos del otro.

M: Cuando hablamos específicamente de tus dibujos como ilustrador, tu línea es muy particular y fuerte. ¿Cómo se fue dando?

G: Empecé usando un truco que me enseñó una gran maestra que tuve, Hawie Higgings. Ella me enseñó a dibujar con la mano no hábil. En mi caso era la derecha porque soy zurdo. El objetivo del asunto era no usar la parte racional del cerebro, sino la analógica. Al principio no te cierra porque el dibujo no está perfecto. No queda bien en su definición clásica, queda raro. Sin embargo empieza a salir una parte que vos no tenías descubierta y empiezan a salir trabajos más interesantes. Después empecé a sacar esa misma línea con mi mano izquierda. Y así fui tratando no tanto de respetar la anatomía, sino de encontrarle la personalidad a la persona retratada. Lo que no está en la superficie.

Llegamos hasta Puerto Madero. Encontramos un lugar a cuatro cuadras de donde deberíamos ir y nos consideramos muy afortunados. Me pide que lo espere en un bar cercano. Me siento en la verada entre dos docks, pido un cortado y saco la libreta de anotaciones. Mientras espero pasan ante mi vista mozos apurados, un mexicano perdido que pregunta por la Reserva Ecológica, palomas alborotadoras, dos hermosas mujeres de catálogo que avanzan por su propia pasarela mental y un grupo rugiente de gitanos. Gente de todos los mundos. La cámara retrocede. Va abriendo el plano hasta tomar el río y las torres alzándose sobre nubarrones blancos que se mueven con lentitud. Sobreimprime: FIN.

Sección: Al otro lado del arte publicado en http://www.guiasenior.com/
http://www.lordgaita.com.ar

domingo, 3 de enero de 2010

Dinastía de Angelitos


La historia que voy a contar comienza en un sitio que para el ojo ignoto es una carpintería más, para el ingrato es menos que un galpón con muebles adentro y para el impío un futuro edificio con “detalles de categoría”. Un verdadero “Conoceur” en cambio, puede percibir que es un lugar mágico que ha visto crecer a Villa Pueyrredón desde sus calles de barro hasta una adultez pródiga en dúplex bastardos.

En todo ese tiempo, la carpintería o ebanistería (como ellos prefieren llamarla) ha permanecido impoluta y casta. Es decir desde que Angelito, que hoy ostenta sus 84 años con la misma gallardía de pañuelo en cuello que a los 20, comenzó a trabajar allí en el año 1936, el lugar es el mismo. Los Angelitos (Angelito padre y Ángel hijo), forman parte de una aristocracia barrial nacida y criada entre historias ya extintas de hermanos cafiolos, milongas y matarifes. Frente a ellos uno no puede ser otra cosa que un plebeyo. Aunque inexplicablemente y muy de tanto en tanto, se le concede a algún humano ordinario una invitación especial tras bambalinas. Tal es el inesperado honor con el que me han investido. Para ellos soy “La colifa de los 70s”.

Es viernes y hace calor. En el taller, la radio está gritando una promo y el canario intenta derrotarla con un estribillo. Llego media hora más tarde de lo acordado y Ángel me lo marca. Intento unas disculpas y evado preguntando por su padre. “Está adentro, ya sale”, me dice en tono de “esperá y no molestés”. Callo en tono de “gracias”. Uno comprende cuando puede arruinarlo todo inventando excusas intrascendentes para estrellas de pocas pulgas.

Angelito surge del fondo con paso elegante, bigote fino y las “Buenas Tardes”. La primera línea es por derecho, suya.

–¿Cómo está tu pareja? –pregunta elevando las cejas e induciendo a su boca a una clásica mueca de costado.

Cuando respondo que bien, pone cara de desilusión y re-pregunta.

–¿Y cuándo vas a venir a bailar tango conmigo?

Para alguien que lleva más de 60 años interpretando el papel de “galán” todo está permitido. Angelito tiene eso muy en claro y desde hace rato se consiente con disgresiones, osadías e interdictos, inclementes tests para catar mujeres en las pistas de baile y su propia coupé roja de marca japonesa.

–Angelito sabés que te vengo a entrevistar, ¿por dónde empezamos? –digo a modo de torpe introducción.

–Vos tenés que hacer las preguntas –interviente Ángel a lo lejos en tono de “¡Infeliz! empezá de una buena vez”.

Me decido por una apertura obvia pero infalible: la infancia.
La historia comienza a la vuelta del taller, sobre la calle José Cubas donde nació Angelito y seis hermanos (entre los cuales, como ya mencioné, había uno que era cafiolo). “Una historia de 30 centavos el día”, me induce.

–Una vez me corté el dedo hasta el hueso. (Me lo enseña como un chico que quiere demostrar que no miente. En su dedo veo una pequeña marca que por suerte ha cicatrizado sin rencor.) En esa misma máquina que ves ahí. Como no llegaba me ponía una madera y se ve que me patiné y me hice un buen tajo. Tenía 10 años. “¿Qué te pasó?”, me dice el capataz. Cuando me vió “lo blanco” llamó al patrón. “Dale un trapo y que vaya al hospital”, dijo Don Aquiles. Fui al Zubizarreta y me acuerdo de los 15 días comiendo papilla por la inyección. Cuando cobré a fin de quincena, me había descontado 15 centavos. “Si no te gusta no vengas más.”

Sabiendo la gloriosa venganza que le concedió el tiempo, hice la próxima pregunta en tono casi inocente.

–¿A ese tipo le compraste todo esto?

Angelito eleva las cejas despacio y la mirada se le alivia con pudor y alevosía.

–Si te digo no me vas a creer. Terminó muy mal. Eran dos socios y se separaron por una pollera. Don Aquiles se casó ella y lo dejó en Pampa y la vía. Tuvo que venir a trabajar acá como empleado mío. ¿Y sabés qué hacía yo? “Deje Don Aquiles, lo ayudo”, le decía. “Usted no sabe nada.” Era cabrero el gallego (ríe). Iba a buscar la madera acá a Costituyentes y José Cubas y se la traía al hombro. “Pero Don Aquiles yo tengo el furgón.” “Usted no se preocupe.” Una barbaridad como trabajaba. Yo lo trataba como si todavía fuera el patrón. Lo invitaba a comer a casa porque a veces venía muy temprano, sin comer nada y él me decía: “¿Qué se cree que yo no tengo para comer que la voy a ir a molestar a su mamá?” “Pero ella me dijo que lo invitara”. Y allá iba. Le gustaban los tallarines.

Por la vereda pasa una mujer de unos 60 años, aún voluptuosa dentro de su solero cuadrillé. El cabello sobre los hombros está teñido de un color rojizo que mi abuela definitivamente hubiera juzgado como impropio La mujer se detiene un momento, grita el nombre de Angelito, agita sus uñas largas y sus múltiples pulseras y desaparece dando vuelta la esquina.

–Tenés que ver qué hermosa mujer –dice Angelito. –De joven era un espectáculo, te bajabas de la vereda para mirarla pasar. El esposo tenía una casa de azulejos. Pero con el juego lo perdió todo.

Se detiene un momento a recordarla en silencio. No me atrevo a definir qué recuerda cuando se ríe pícaro y repite: Era una hermosa mujer.

Suena el teléfono. Angelito corre para tomar la llamada y Ángel me comunica agorero que se me terminó la entrevista. Sin embargo, Angelito vuelve. Puede dispensarme unos momentos más pero luego tiene “compromisos que atender”.

Me cuenta acerca del robo de las orquídeas, en la época en que era granadero de la Catedral frente a Plaza de Mayo. Y de cómo él y su compañero se las ingeniaron para sacarlas a escondidas dentro de sus chisteras. Angelito siempre cuenta esa historia entre risas. En realidad cuenta la mayoría de sus historias entre risas. Es envidiable ver lo bien que la pasó en la vida. Entonces ya que estamos en esa época, lo intimo a quemarropa: ¿Pero vos alguna vez viste a Evita?

–¡Todas las noches! –me constesta con las cejas en alto. –Cuando salía de trabajar del Ministerio lo venía a buscar a “Él”. Era la una y media de la mañana cuando salían los dos del brazo. Cuántas veces nos saludaba: “Hola chicos, ¿qué tal?”

Definitivamente Angelito tiene matrícula de estrella. Cuando se despide de nosotros, sale dando unos pasos de baile y se mete en la coupé roja con premura. “¿A dónde irá tan contento a esas decentes horas de la tarde?”, me pregunto.

En eso entra una mujer joven con aspecto de persona que habla con corrección y con demasiada correción intenta convencer a Ángel para que le corte un zócalo de madera.

–Es que lleva mucho maquinado –dice Ángel con desgano altivo.

Cuando ella insiste, en una solución más económica, utilizando su vocabulario más preciso, él con exasperante calma, la manda a conseguir un machimbre de pino y a cortarlo con la mano o con algún otro elemento.

Me encanta su acto. La maestría que emplea para mandarla a pasear es impecable.
Cuando retorna, vuelvo a mencionar a su padre.

–Era un burro de laburo –dice y vuelve a repetirlo sin refrenar su orgullo.

Entonces mi correntada de curiosidad se hace más fuerte y me abandono a formular la pregunta.

–Che, ¿a dónde iba tu viejo?

Ángel primero se muestra reticente a confesarlo pero cuando insisto, me lo dice.
Claro que me hace prometer que no voy divulgarlo.

Me quedo un rato más. Ángel hace mate cocido y ofrece. Me cuenta que el sábado pasado Angelito, él y su hijo, entregaron un colosal ropero en San Martín. “Las tres generaciones en la misma camioneta”, dice secamente pero emocionado.

Es extraño. Afuera el mundo anda a velocidad 2.0, para relacionarnos usamos facebook, nos googleamos, bajamos torrents para entretenernos y nos miramos unos a los otros por You Tube.

La carpintería y sus tres generaciones de angelitos son una especie de desliz del tiempo y el espacio. Un remanso del cosmos donde todavía se mantiene un código antiguo y donde los vínculos entre humanos se siguen dando de forma artesanal.

Texto publicado en www.poesiaurbana.com.ar Sección: Galanes y Freaks