miércoles, 6 de enero de 2010

De la correcta comprensión de José


¿Quién puede realmente decir :“conozco a tal persona”? Podría, quizás, describir alguna de sus manifestaciones como señalando una puerta de entrada que ha quedado abierta. Pero la verdadera profundidad de un hombre siempre nos quedará lejos y en lo hondo.

¿Quién puede realmente decir :“conozco a tal persona”? Podría, quizás, describir alguna de sus manifestaciones como señalando una puerta de entrada que ha quedado abierta. Pero la verdadera profundidad de un hombre siempre nos quedará lejos y en lo hondo.

De José, que hoy tiene 67 años, se puede decir que fue panadero, maestro, y comunista. Se puede mencionar que no está muy convencido de la teoría del Dr. Stuart Gager que dice que la Tierra es un organismo vivo autorregulable.
José puede aludir a los griegos como pervertidores de la juventud y desconfiar del test de Rochard. En una conversación cualquiera tal vez recuerde cuando Constantinopla fue sitiada por los turcos o cuando chocaron dos submarinos rusos o quién asesinó a Tiberio. Éstas son algunas de las huellas que José deja abiertas en las tierras de sus charlas cotidianas.

En la casa de José, la merienda recién servida era un espectáculo. Había café con leche y tarta de manzana en una tarde de sol (¿qué más se podía pedir?) No sé cómo terminamos discutiendo acaloradamente sobre la última película de Batman. En el momento no le di importancia, pero cuando volví a escuchar la grabación, entendí que era fundamental para aproximarse a una orilla de la comprensión de José.

José: –En la película se ve cómo Batman es el defensor del poder económico. Batman con su poderío tecnológico, defiende al poder económico –repite y acentúa.– Él es el director general de una corporación. En cambio El Guasón es el caos y con mucho menos, casi con nada, te hace desastres. Con un teléfono celular te hace volar todo por los aires.

Asentí en silencio y me quedé perturbada pensando si el Guasón sería una especie de anarquista bufonesco para la acartonada Cuidad Gótica. Pronto comenzamos a disfrutar de la tarta de manzana y a las dos cucharadas, sentí que era el momento adecuado para preguntar:

–José, ¿sos ateo?

–Sí.

–¿Es decir que pensás que no existe nada más grande que el hombre?

–Sólo el hombre. Es difícil llegar a encontrar a alguien con nuestras características. Se dio en la Tierra por las diversas condiciones existentes y nosotros somos el resultado de esa materia totalmente desarrollada. Materia pensante. No existe ningún Dios, creador del mundo. Nada.

De pronto, me sobresalté con un sonido mecánico. Alguien estaba utilizando una multiprocesadora en la cocina o el Universo se había molestado con el comentario. Preferí no entrar en detalles o revelaciones y continué escuchando a José.

-En el 69 caí preso –dijo inesperadamente–. Yo estaba en el partido comunista y fuimos a una fábrica. En esa época, cuando me afilié, estaba Kruschev como presidente ruso. Con él comienza el deshielo. La “desestanilización” que después en realidad, no se produce. Yo estaba en una célula que propuso hacer una panfleteada y charla, acá cerca, en una fábrica textil. Algún capataz llamó a la policía y en pleno “onganiato” nos encañonan y nos hacen subir a un patrullero. Caímos dos. Mi compañero Aquiles y yo.

–A mi compañero, que era más canchero, se le ocurre decirle al subcomisario: “Tenga cuidado con lo que hace porque hoy está usted ahí, pero las cosas cambian. Mañana podemos estar nosotros.” “Aha –dijo el subcomisario– así que me venís con amenazas.”

En la comisaría 45, de Villa Devoto, José y su compañero estuvieron incomunicados por 10 días. Luego estuvieron presos 6 meses en el pabellón 3 de la cárcel de Devoto. En el sector “I” convivieron con Uturuncos*, Trotskistas y Montoneros. El director de la cárcel en ese entonces, era un gordito petiso que andaba con J. Armando (presidente de Boca) y su séquito de periodistas deportivos y botineras. José recuerda que el chiquitito tenía un escritorio muy alto y se sentaba allí arriba para hacer desfilar a los presos. José no olvida el primer día frente a este sujeto.

–Ustedes están acá por comunistas, ¿no?

Silencio.

–Si ustedes son comunistas díganme: “Sí, ¡soy comunista!” porque sino yo los separo y los mando a cualquier sector.

–Sí, ¡somos comunistas! – replicaron en el apuro.

–¿Y cuándo van a hacer la revolución? Me avisan con tiempo, eh…

El pequeño hombre reía con su broma. Tal vez fuera lo más divertido que podía hacer en todo el día.

–¿Y hoy sos comunista? –pregunté de pronto.

–No, soy anarco-comunista. Defiendo la comunidad de bienes sin estado. Es una idea utópica. El estado sería muy tenue. ¡Al primer desvío tienen que ser decapitados! Basta de burocracia. Pero para eso la gente tiene que estar muy educada. El súmmum de la educación. Todo dividido en comunas. Colonias donde se realizan los trabajos de forma colectiva y no habría fábricas gigantes. Serían pequeñas y manejadas por los trabajadores.

–¿Qué pensás de Jesús?

–Que no sé si existió. Hay una tendencia que dice que es un mito. La religión es un tema de necesidad. Hay seres humanos que se sienten mal y necesitan creer.

En la historia de José, como en la de todos nosotros, existe el karma común de ser Argentino. No me refiero en el sentido fatalista, sino como el aprendizaje que venimos a hacer en esta vida. Para José el Rodrigazo definitivamente fue karma. En el 75 existió una hecatombe económica terrible y tuvo que rematar su negocio de pan. Pero como él mismo dice, se fundió por un lado pero por el otro, se salvó. José encontró su verdadera vocación en el desastre. Fue maestro.

En los próximos 30 años conoció la felicidad y la decadencia. Su amor por los libros lo llevó a buscar la página arrancada de la Enciclopedia Hispánica del 89, hasta la casa de una delincuente de 12 años que pretendía copiarse en un examen. José llegó a planchar un mapa de Brasil durante cuatro días y cuatro noches, para poder devolverlo a su origen eterno: la página 289 del tomo 4.

También como argentino le tocó ser parte de en un episodio histórico. La puerta 12. La tragedia más grande al fútbol nacional, según imprimían los titulares de los diarios.

–Después de hacer el reparto de pan me cambiaba y nos íbamos a las canchas con otros vagos. Fuimos en auto, la estanciera de mi padre, con mi primo y dos compañeros hinchas de Boca. Entramos por la puerta 12 bis, en la misma tribuna. Un partido malo. Pésimo, ya en los últimos tiempos de Ratín. Cero a cero. La cancha llena. Uno de los chicos me dice: “Che, vamos.” Le digo: “No pará. Mirá qué gentío. Esperá a que salgan todos”. No escuchamos nada. Salimos a las 10 de la noche sin saber nada. Hubo 71 muertos, justo para los bosteros, el 71 es la mierda. Llegamos a mi casa y estaban todos en la calle. Había un patrullero. Las madres lloraban y nos abrazaban. Nosotros no entendíamos nada. Ni la radio habíamos prendido.

Al entrar en las puertas que José deja entreabiertas, uno encuentra a alguien que cree en las utopías. Un niño que nació en la lejanía de la promesa peronista y que creció para ver de cerca la locura de ricos, rufianes y rubias. Un hombre que hoy como ayer sostiene la arenga: Terminar con su poderío galáctico.


publicado en poesiaurbana.com.ar

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