lunes, 4 de enero de 2010

Fernando Rodriguez Vilela – Ilustrador y Director de Arte



La entrevista con el Gaita es un viaje. No me refiero a un viaje metafóricamente hablando (aunque algo de metafórico debe tener). Me refiero a un viaje literalmente.
Habíamos arreglado la entrevista para el viernes por la tarde. A última hora, para que las agendas pudieran estar tranquilas y amables. Su PH de Villa del Parque es un lugar luminoso donde se pueden beber tragos, escuchar buena música y filosofar sobre el destino del cine con vehemencia, como debe ser; así que el plan sonaba espléndido también para mí.
A eso de las seis presiono el timbre.

– Bánqueme un momento. Ya bajo. –dice la voz del Gaita por el portero eléctrico que chirría como gato enojado–. Ha acontecido un imprevisto.

¿Un imprevisto? El Gaita tiene una forma de hablar que sólo puede describirse como anacrónica. Espero los dos pisos por escalera que debe descender, pensando con impaciencia que ya no podré beber el Vodka Seven con hielo y limón que prepara tan bien. Me resigno. El Gaita atraviesa el marco de la puerta con garbo. Es un hombre calvo que lleva gafas de sol, jean y remera con una lección zen del “Señor Miyagi” de la Película Karate Kid. En el frente el dibujito de una mano indica: Encerar. En la espalda la misma mano indica: Pulir.

–Se me ha presentado un trabajo y tengo que ir hasta Puerto Madero. –explica con calma–. ¿Me acompaña?

“Claro, he venido a hacer una entrevista cueste lo que cueste”, pienso y asiento con un suspiro. Nos subimos a su auto, un golf viejo al que alguien le ha dibujado un arte abstracto y palabras irreproducibles en la sucia luneta trasera. En el estéreo comienza a sonar “Gimme shelter” de los Rolling Stones. Partimos.

El Gaita es un hombre callado que maneja con confianza por Buenos Aires. Su carrera como Director de Arte ha comenzado hace más de quince años en un lugar mitológico de la ciudad. Su primer empleo fue en el chalecito que se ve en la punta de un edificio frente al Obelisco. Cuando le pido que me aclare cómo ha llegado a trabajar allí, me dice que es una larga historia. Al parecer involucra a una especie de Capitán Nemo, un mafioso de Gonzalez Catán que tenía a un ñandú por mascota y a un hombre que tenía planes de dominar el mundo desde allí, hasta que fue desalojado por falta de pago.
Pasamos frente a los Paredones de la Chacarita que tanto extrañaba Cortazar. Al comentárselo sonríe. Según me cuenta ese es uno de sus recorridos preferidos de la ciudad. Así le resulte trasmano pasar por allí, él toma ese recorrido para llegar a cualquier parte. Las grandes extensiones de pared bajo el sol de la tarde, luego los árboles que entrelazan la luz y finalmente la plaza llena de puestos de flores frente a la estación de Federico Lacroze, le hacen bien explica.
Aprovecho para preguntar.

M: ¿Cuando surgió la idea de ser Director de Arte?

G: El padre de un amigo era el que hacía las tapas de la revista Perfil allá por los 80s. Eran unas tapas bastante diferentes para esa época. Jugaban con las fotos y con los collages. No era la tapa de la típica revista Gente, era diferente. Tenía algún tipo de búsqueda. Cuando vi esas tapas por primera vez, dije: Quiero hacer esas tapas. Y este amigo Arima (era japonés, aclara) me dice “Mí papá hace esas tapas. Mi papá es Director de Arte.” Esa fue la primera vez que escuché la palabra. Sonaba hermosa.
Cuando fui a la casa de Arima, me encontré con que no sólo hacía las tapas de la revista, sino que hacía cantidad de cosas increíbles como una cabeza de ET gigantesca en papier maché que tenía en su estudio. Te la podías poner. Tenía un hueco para introducir tu cabeza. En esa casa había pinturas por todos lados, maquetas y así todos los hermanos Arima tenían predilección por las manualidades y el arte.

(En ese momento pienso cuánto ha influenciado la familia Arima al Gaita. Sus trabajos mezclan la pintura, el dibujo, el collage digital y la dirección de arte.)

M: La fascinación por lo fílmico, ¿cuándo comienza?

G: Supongo que desde que empecé a ver películas. Lo que dibujaba era lo que veía en la TV, y mayormente veía películas. Películas clásicas. Todo tipo de películas en realidad y eso lo mezclaba con lo que veía en la calle. Una especie de collage de la realidad y lo fílmico. Siendo que la gente en el siglo XX ha tenido comportamientos fílmicos, todo me cerró. El otro día leí algo que me dejó bastante impresionado. Hoy los sicarios y los asesinos a sueldo matan como en las películas. Se descubrió através de las investigaciones forenses y viendo las filmaciones de seguridad. Disparan hacia abajo como los personajes de Tarantino. Los mafiosos tienen guardaespaldas mujeres que se visten como Uma Thurman en Kill Bill. Hay un traficante que se mandó a hacer una casa que es una réplica de la de Al Pacino en Scarface, con escultura incluída que dice: El mundo es tuyo. Con lo cual yo creo que la mezcla llegó a un punto en el que no se sabe dónde empieza y dónde termina realidad o fantasía. Ya no sé si dibujás lo que ves en una película o lo que ves en la calle. Las personas se mueven como si fueran personajes salidos del cine. Las que tienen imaginación, claro. (risas)

Estamos en la Avenida Corrientes. A la altura del Once el tráfico es desesperante. Sin embargo el Gaita, un amante del Obelisco, ve su figura a lo lejos y no pierde su pulso imperturbable sobre el volante.

M: ¿Quiénes son tus directores preferidos? ¿Todos tienen que ver con lo Noir?

G: En realidad soy un omnívoro del cine. Me gusta todo tipo de cine. Salvo excepciones como las películas de terror. La primer película donde sentí que estaba viendo algo diferente pero sin saber porque era muy chico, fue “La Reina Africana” de Houston. Me enteré que era de él quince años después. La estaban dando en “Sábados de Súper Acción” y recortaba notablemente de la película de los dobermans asesinos y la de los vaqueros. Estaba en la casa de un amigo y me vinieron a buscar justo cuando faltaban 20 minutos para el final. Cuando llegué corriendo a mi casa, la película ya había terminado. No sabía ni cómo se llamaba la película. La volví a encontrar muchos años después y me vine a enterar que era de J. Huston, que Humprey Bogart era Humprey Bogart, que Katharine Herpburn era Katherine Herpburn y que era una pequeña obra maestra. Después otro director hizo una película sobre cómo se filmó esa película (Clint Eastwood). Me gustan muchos directores diferentes por las mismas razones. Por ese personal recorte o mirada que tienen de la realidad. Es algo que te regalan generosamente y de pronto te encontrás con más capas de profundidad incorporadas a tu propia mirada. Y tu mirada se transforma en algo diferente. Entre ellos podría nombrar a Martin Scorsese, George Lucas, Coppola, Peter Bogdanovich, John Ford, David Lynch, Kitano, Federico Fellini y Adolfo Aristarain y “Los Últimos Días de la Víctima”. Creo que es una de las mejores novelas policiales de la Argentina. La novela es de J.P. Feinmann y el traslado a la pantalla es impecable. El mejor que he visto. Te cuenta toda una etapa de Argentina sin ser obvia en ningún momento (claro que en esa época no podían). Siento que es una gran alegoría a la salida de la dictadura y a la mano de obra armada y desocupada, que en realidad nunca está muy desocupada. (risas) La película también te cuenta como Mendizabal (Federico Luppi) que es un asesino perfecto, un engranaje ajustado cronométricamente en el sistema, en un rapto de humanidad y búsqueda termina perdiendo su propia vida.

M: ¿Y cómo funcionás con el trabajo a pedido? Por ejemplo el que estamos yendo a buscar ahora.

G: Trato que el pedido no sea una limitación sino un desafío para poder agregarle algo más personal. No ser un mero ejecutor de la idea de otro, sino tratar de aportar algo que sume a la idea. Supongo que el haber estado del otro lado como director de Arte de varias agencias de publicidad, me ayuda a entender las propuestas del otro. Me ayuda a ponerme en los zapatos del otro.

M: Cuando hablamos específicamente de tus dibujos como ilustrador, tu línea es muy particular y fuerte. ¿Cómo se fue dando?

G: Empecé usando un truco que me enseñó una gran maestra que tuve, Hawie Higgings. Ella me enseñó a dibujar con la mano no hábil. En mi caso era la derecha porque soy zurdo. El objetivo del asunto era no usar la parte racional del cerebro, sino la analógica. Al principio no te cierra porque el dibujo no está perfecto. No queda bien en su definición clásica, queda raro. Sin embargo empieza a salir una parte que vos no tenías descubierta y empiezan a salir trabajos más interesantes. Después empecé a sacar esa misma línea con mi mano izquierda. Y así fui tratando no tanto de respetar la anatomía, sino de encontrarle la personalidad a la persona retratada. Lo que no está en la superficie.

Llegamos hasta Puerto Madero. Encontramos un lugar a cuatro cuadras de donde deberíamos ir y nos consideramos muy afortunados. Me pide que lo espere en un bar cercano. Me siento en la verada entre dos docks, pido un cortado y saco la libreta de anotaciones. Mientras espero pasan ante mi vista mozos apurados, un mexicano perdido que pregunta por la Reserva Ecológica, palomas alborotadoras, dos hermosas mujeres de catálogo que avanzan por su propia pasarela mental y un grupo rugiente de gitanos. Gente de todos los mundos. La cámara retrocede. Va abriendo el plano hasta tomar el río y las torres alzándose sobre nubarrones blancos que se mueven con lentitud. Sobreimprime: FIN.

Sección: Al otro lado del arte publicado en http://www.guiasenior.com/
http://www.lordgaita.com.ar

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