jueves, 25 de noviembre de 2010

Para la gente cool el sol brilla las 24 hs.*


Un recorrido por los personajes de cine que con su sola presencia irradiaron significado a la palabra glamour.

Jueves, muy temprano. La quinta avenida se ve desierta. Un taxi se acerca. Se detiene en la vereda de enfrente y una mujer, en un delgadísimo y largo vestido negro, desciende. La cámara nos permite contemplar su espalda. Apenas para dejarnos con la intuición de un cuerpo exquisito. Su cabeza con peinado alto, el fino cuello, el perfecto contorno de sus hombros, sus pequeños y puntiagudos omóplatos. Terminaciones dignas de TIFFANY. En este punto muchos hombres, entre ellos mi padre, ya se sabían enamorados. El perfil de Audrey Hepburn es irresistible. Gafas oscuras y guante lento comiendo con distinción con una medialuna gigante que en manos de cualquier otro hubiera sido un desparramo de migas. (Breakfast at Tiffany, 1961.)


Glamour, una condición indefinible


Si se busca en Wikipedia la palabra “glamour” se puede encontrar una definición que satisfaga la razón al definirlo como “el encanto sensual que fascina. Un tipo de belleza que es sofisticado y elegante.” ¿Pero puede esta definición decirnos algo de lo que sentimos al ver a Audrey? ¿O aclarar en alguna medida por qué ante un primer plano de Steve Mcqueen olvidamos las remolachas en fuego? ¿O qué nos sucede cuando no podemos dejar de escuchar la profunda voz de Laurence Fishburne en Matrix por quincuagésima quinta vez?
No hay caso, cualquier tipo de aproximación lógica siempre parecerá insuficiente. No acabará de sintonizar con la onda subcutánea e irresistible que emana de estos personajes.

Tengo un amigo que afirma desde hace años que la primera característica del glamour reside en que se trata de una condición intransferible. Algo que no puede comprarse, agregarse, practicarse o ejercitarse, porque es innato. Porque el glamour se tiene o no se tiene, dice. E inmediatamente uno comprende que el glamour es un bien raro y escaso. Y como todos los bienes raros y escasos son motivo de conflicto.

Cool vs. Square, una batalla inmemorial

En la película el Salvaje (The Wild One, 1953) Marlon Brando es la personificación de lo cool. Moto, Ray Ban Aviator, remera blanca y jeans. El ícono perfecto del chico malo con sex appeal y además el comienzo de la inextinguible guerra entre los que tienen onda vs. los que no la tienen. Entre los cools y los square. La guerra entre los populares y los nerdos que ha poblado tantas películas de los 80s. En “El Salvaje” esta batalla comienza cuando una banda de motociclistas invade un tranquilo y pequeño pueblo del interior de California. Y cuando Brando intenta conquistar a la protagonista –una chica que a los 19 años ya parece una señora de batón– nos damos cuenta de que no es una batalla justa. Porque ciertamente, si sos esa chica, en ese pueblo soporífero, con esa cantidad de spray en el pelo y aparece Brando, joven y flaco, y te juguetea con una monedita y te mira de reojo y bebe la cerveza del pico y como un caballero medieval te rescata en su moto de una banda de borrachos que te tiene rodeada y te lleva al bosque y te planta un beso…. en fin, continúo? La batalla estaba perdida desde el principio.

También en la película Negocios Riesgosos (Risky Business, 1983) se da otra batalla desigual. Aquí los padres de Tom Cruise, que son sin lugar a dudas insoportables hasta lo grotesco, se van de viaje y dejan a su cargo la casa y la oportunidad de volverse cool. Probablemente una de las escenas más imitadas en la intimidad y uno de los disfraces más copiados en la fiestas sea la camisa y los calzoncillos de esta película. Me refiero al momento en que Tom baila como un auténtico rock star el tema “Old time rock ´n roll”. También fueron un boom los Rayban Wayfarer. Estos anteojos son el elemento de transformación. Funcionan como la cabina de teléfono para Superman, la Baticueva para Batman, o las espinacas para Popeye. Cada vez que se los coloca pasa de ser el gordito Joel para convertirse en el Tom Cruise que todos conocemos. Sin olvidar a una lolita como Rebecca de Mournay que en el viaje de tren con el tema de Vangelis, termina de darle el golpe de horno al asunto.

Creo que en la única película en la que se genera un contrapeso más justo entre cool y uncool es en Casi famosos (Almost Famous, 2000). Allí se decreta un empate. Penny Lane (la hermosa Kate Hudson con sus gafas azules al estilo John Lennon) no se queda con ninguno de los dos protagonistas. Hasta podría decirse que la balanza se inclina unos gramos a favor del personaje uncool. Me encanta la conversación del final de la película, donde el chico totalmente abatido por las circunstancias habla por teléfono con el crítico de rock (Philip Seymour Hoffman). Una redención pública de lo que significa ser uncool. Cuando el chico le comenta que se alegra de haberlo encontrado en su casa a esas horas de la noche y PSH responde: Siempre estoy en casa. ¡Soy uncool! La única moneda verdadera en este mundo de valores en bancarrota es aquello que compartís con alguien cuando sos uncool.

Las gafas oscuras y chicos cool

En la película “Cautivos del mal” (The Bad and the Beautiful, 1952) hay una excelente definición de lo que significa tener calidad de estrella. Lana Turner ha sido rebotada de mala manera en una audición y Kirk Douglas que representa a un inescrupuloso y magnético productor de Hollywood, le explica por qué no le preocupan las críticas. Le dice: “Cuando tú estás en la pantalla no importa lo que digas, con quién estés o lo que estés haciendo, el público tiene los ojos puestos únicamente en ti y eso es Star Quality”.

Siempre que veo a Steve Mcqueen pienso en esta frase. No por nada Steve ostenta el título de rey del cool. Hay una homenaje dando vueltas por internet relatado en off por James Coburn que dice algo así como: Los hombres eran rivales. Las mujeres desafíos. Pero con los chicos podía ser él mismo. El rudo que hacía sus propias escenas de acción también tenía un costado de niño. Esos gestos espontáneos, los impredecibles mohines de niño callejero que lo hacían encantador y que le facilitaron robarle cámara a un ya consagrado Yul Briner en los Siete Magníficos (The Magnificent Seven, 1960). O levantar voltaje en la escena del ajedrez con Faye Dunaway en Thomas Crown (The Thomas Crown Affair, 1968). También en esta película Steve inmortalizó las gafas Persol en la famosa escena del buguie corriendo por las dunas.

Hablando de escenas con gafas no se puede dejar afuera a Matrix (Matrix, 1999). La película completa es una vidriera en 24 cuadros por segundo de gente cool con gafas. Sin embargo, creo que si existiera una escala Richter para medir la onda estoy segura de que Laurence Fishburne alcanzaría niveles de catástrofe. Recuerdo que después de ver la película en un cine del centro, estuve días y días recordando sus escenas. Teniendo flashbacks involuntarios del Sr. Smith. Imaginando que podía esquivar balas. Películas como esta vistas en el momento de su estreno, hacen que uno se dé cuenta de que la exposición desprevenida a sus imágenes puede resultar en una adicción. ¿Cuántas veces he visto la escena de la pastilla roja? Cuántas repeticiones acumuladas tiene mi cerebro. La escena está construida con la tensión perfecta. Laurence de espaldas con ese soberbio saco de cuero demasiado largo para el resto de los mortales. Una cámara que se acerca. Él se da vuelta y sonríe con los brazos siempre cruzados tras la espalda. Imagino que ahora te sientes un poco como Alicia… cayendo por el hueco del conejo, dice. Rodea el sillón rojo, se sienta y sus dedos comienzan a juguetear con una caja de plata. Su voz profunda continúa. Sabes que hay algo mal con este mundo pero no sabes qué es. Gira la caja. ¿Matrix?, pregunta Neo con restos de ingenuidad en la expresión. La caja de plata se detiene. Matrix está en todos lados. Aún ahora, en este mismo lugar. La puedes sentir cuando vas a trabajar, cuando vas a la iglesia, cuando pagas tus impuestos. Es el mundo que han inventado ante tus ojos para cegarte de la verdad. ¿Qué verdad?, pregunta Neo. Laurence se inclina. Que eres un esclavo. Afuera se escuchan truenos. Desgraciadamente nadie puede decirte lo que es Matrix. Clic. Abre la caja de plata. Debes verla por ti mismo.

Lo cierto es que el glamour también puede transformarse en una adicción. Un alucinógeno que nos deja extrañas y particulares secuelas. Y sus consecuencias pueden verse reflejadas en nuestra forma de caminar, nuestro vestuario, nuestras fantasías, nuestro estilo de anteojos de sol. En fin, en nuestra vida. Por eso manténgase siempre atento a los efectos secundarios y sobre todo tenga a bien consumirlo con precaución.

*Una pequeña anécdota con gafas oscuras: El título de la nota pertenece a un diálogo de la película de los 80s llamada “Mi proyecto de ciencias” (My Science Project, 1985). Una película poco recordada con un profesor de ciencias chiflado y ex-hippie como solo puede ser interpretado por Denis Hopper. Mi amor por este film se basa en una anécdota ínfima. Hace mucho tiempo y por única vez en mi vida fui cool gracias a ella. Ya era de noche y descendía desde el piso 11 para irme a casa. Iba con las gafas oscuras puestas para disimular el escaso ánimo que me quedaba a esas horas. Hacia el piso 3 cerré por un momento los ojos en espera de la planta baja que pronto sería anunciada por la maternal voz del ascensor. Escuché que las puertas se abrían una vez más pero no me percaté de que había entrado alguien hasta que una voz dijo irónicamente: Nunca entenderé por qué la gente usa anteojos oscuros de noche. Sobresaltada abrí los ojos y me encontré con la Jefa de Administración, una mujer implacable que al parecer en sus horas extra también disfrutaba de ser una celadora implacable. La frase salió de mi boca como un reflejo involuntario. Una pequeña justicia a tanto número enflaquecido por sus Excel. En ese momento recordé la frase y fui cool por exactamente 9 palabras.

“Para la gente cool el sol brilla las 24 hs.”, dije, justo cuando las puertas se abrían de par en par en planta baja.

Ilustración: Fernando Rodriguez Vilela (lordgaita.com.ar)